Tiembla terriblemente, se mueve todo, se desvanece el sueño en la madrugada fría de un sábado que se presagia negro en Santiago.Me equivoqué, no es negro solo para Santiago, es profundamente oscuro para todo chile.
Nada te prepara para esta experiencia. La fe en la arquitectura, profesión amada, te dice que se mantendrá el edificio en pie pero un temor irracional va creciendo en cada sacudida. Se alargan los segundos y con ellos, el terror. Sombras temerosas deambulan por el edificio a oscuras mientras el rugido ensordecedor da paso a un silencio aun más atemorizante.
Los abrazos y las palabras de aliento de esos desconocidos que nunca has saludado en el ascensor delatan el inicio de una solidaridad en la desgracia, un salto enorme sobre la barrera de la comunicación, cultura, ideología y clase social que nos separan. Las voces recorren los miedos y las ilusiones rotas y descansan todas en el miedo al futuro, al duro amanecer.
Nuestro edificio aguanta, entre las grietas y daños superficiales se descubre la estructura enhiesta, imbatible, salvadora. No sucede igual en todo Chile. El sur ha quedado destruido, el mar se confabuló con la tierra y como sicario fatal descarga su fuerza arrolladora sobre la costa. Deja un nuevo rostro a su paso, un rostro doloroso y sin facciones, plano, deslavado. Cambia una vez más la geografía de esta franja de tierra enclavada entre la alta montaña y el bravo mar.
Tiembla nuevamente, las réplicas se suceden con rapidez y saña. Algunos sacan lo peor de sí y sucumben al saqueo y al pillaje. Otros lloran a sus muertos, miran desolados a su alrededor y no dan crédito a sus ojos. Otros,afortunadamente la mayoría, arropados de coraje y energía se abocan a tarea ardua de encontrar sobrevivientes, de retirar los cuerpos de los escombros: ¡DE SEMBRAR LA ESPERANZA!
Dayron Portela Aguiar.(C) 2010
miércoles, 3 de marzo de 2010
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